¿Qué es un ingeniero?

En una cena familiar recibí esta respuesta:

Un ingeniero es un ser con una mente cuadriculada para tratar de entender el mundo. ¿Y lo que no entra en esa cuadrícula? Muy sencillo: no es mundo.

El mítico hombre-mes

Cuando inicié mis estudios de doctorado leí The Mytical Man-Month, Essays on Software Engineering, de Frederick P. Brooks (Addison-Wesley, 1975, 195 pp.), un libro fabuloso que deberían leer todos aquellos que quieran introducirse en la ciencia e ingeniería de la computación, y especialmente en la gestión de proyectos software. En las primeras páginas podemos leer:

¿Por qué es divertido programar? (…) En primer lugar, por el puro placer de hacer cosas. Al igual que el niño se deleita con su pastel de barro, el adulto disfruta construyendo cosas, especialmente cosas diseñadas por él mismo. Creo que este deleite debe ser una imagen del deleite de Dios en hacer cosas, un deleite que se muestra en la distinción y novedad de cada hoja de árbol y cada copo de nieve.

El título del libro hace referencia a la típica medida del esfuerzo humano requerido para sacar adelante un proyecto: “este proyecto requiere 12 hombres-mes”, es decir, el esfuerzo de 12 hombres (bueno, o mujeres…) durante un mes, o de un solo ingeniero durante 12 meses. Es un mito (o mejor, una falacia) porque hombres y meses no son convertibles. Tal como explica con gracia el propio Frederick Brooks,

La gestación de un bebé dura nueve meses, independientemente del número de mujeres asignadas.

Programar máquinas, dirigir proyectos

En otro capítulo Brooks recoge la idea de Harlan Mills del “equipo quirúrgico” como estrategia para abordar un trabajo grande y complicado: el cirujano hace el trabajo y los demás están a su servicio, prestándole todo el apoyo necesario para aumentar su eficacia y productividad.

Creo que esta figura transmite bastante bien la idea de que los ingenieros se dedican a construir máquinas (u otro tipo de artefactos). El problema es que es una idea demasiado restrictiva. No miremos solo a los ingenieros que salen en la figura, construyendo la máquina. Miremos al que los dirige a todos ellos (¿tal vez el que lleva el megáfono?).

Un ingeniero no solo construye máquinas, sobre todo dirige equipos humanos, equipos de ingenieros. Y claro, si el ingeniero solo ha sido formado para construir y usar máquinas (y si ha encontrado que la programación es algo muy divertido), es muy posible que dirija su equipo de personas como si fueran robots programables, como meras extensiones de su propia mente y cuerpo de ingeniero, para llegar a donde no puede llegar él solo (o ella sola).

Por el contrario, el ingeniero director de proyectos, si ejerce un buen liderazgo, no dirá a sus subordinados/colaboradores “yo te programo, limítate a hacer lo que yo te diga”, sino “yo cuento contigo para sacar este proyecto adelante, cuento con tu libertad, con tu iniciativa”. (A mi modo de ver, ambas posibilidades son compatibles con la idea del “equipo quirúrgico”, así que no estoy criticando aquí a Brooks ni a Mills.)

Charles y Leonardo

Me atrevo a aventurar la hipótesis de que la diferencia entre dos genios precursores de la informática pueda radicar en este punto. Charles Babbage, prodigioso y polifacético genio victoriano, mentor de Ada Lovelace, inventor de complicadas máquinas calculadoras impulsadas por la fuerza del vapor (al que hace un tiempo dediqué una serie de tres entradas), no logró sacar adelante su proyecto estrella, la máquina analítica, y tuvo numerosos conflictos tanto con sus colaboradores como con el gobierno británico del que recibía financiación. En cambio, nuestro Leonardo Torres Quevedo culminó con éxito numerosísimos proyectos en los más variados campos de la ingeniería, desde el cálculo automático hasta la navegación aérea.

Ambos fueron genios, pero Leonardo fue mucho mejor ingeniero que Charles en su faceta de director de proyectos y equipos humanos.


Sobre la idea de Brooks/Mills del «equipo quirúrgico», añado este párrafo que escribí hace ya varios años en Encuentros educativos en la tercera fase:

Una persona libre tiene que descubrir su propio camino hacia la plenitud, su ideal personal y su originalidad, también en el desarrollo de la vida profesional, que no puede consistir sólo en alcanzar objetivos elegidos por otros. Si negáramos esto, entonces reduciríamos en la práctica el papel del profesional a ser un mero instrumento despersonalizado en manos de los demás; un instrumento “inteligente”, pero al fin y al cabo instrumento, cuya misión ha sido determinada “ahí fuera”. Y ahora podemos preguntarnos, ¿es que la misión de la universidad es “fabricar” profesionales obedientes?

Las máquinas de Babbage (y Lovelace)

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El principio de Babbage

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Turing y la inteligencia de lo no computable

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