La utopía (in)deseable

Este artículo se editó y publicó posteriormente en The Conversation.


El significado que comúnmente damos a Utopía es ambivalente. Por un lado, significa un proyecto de sociedad deseable, aunque sea de difícil o imposible realización. Por otra parte, las sociedades que han pretendido haber alcanzado la utopía tienen rasgos que las hacen francamente muy poco deseables, especialmente por su fuerte tendencia a desembocar en el totalitarismo [1]. De modo que hoy día, cuando se habla de utopía, el sentimiento que evoca es más bien agridulce: o bien desconfianza ante un proyecto totalitario deshumanizador, o bien frustración ante un proyecto inalcanzable, por el que no vale la pena esforzarse.

El término ‘utopía’ fue inventado por Tomás Moro, el célebre humanista y político en la Inglaterra de Enrique VIII, que murió mártir en 1535, siendo Lord Canciller del Reino, acusado de alta traición por no prestar el juramento antipapista frente al surgimiento de la Iglesia anglicana.

Utopía es precisamente el título de su obra más famosa, publicada en 1516, donde describe una isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto, donde reinan la paz y la justicia [2]. Moro acuñó este término griego que da nombre a la isla (y que significa literalmente u-topos, ningún-lugar) para significar una sociedad ideal, y por tanto inexistente. La obra está inspirada en La República de Platón, donde se describe asimismo una sociedad idealizada. Con el paso del tiempo el término se ha popularizado como sinónimo de perfección u objetivo inalcanzable, si bien Moro no le atribuye explícitamente ese matiz en su obra.


Ilustración de la primera edición de Utopía (1516)

Proyectos que terminan, y proyectos que nunca terminan

En los proyectos humanos, que se definen ante todo por su finalidad u objetivo, podemos hacer una distinción entre aquellos que tienen una finalidad determinada, cerrada, y aquellos otros cuya finalidad permanece siempre abierta. En los primeros es posible verificar si su finalidad se ha cumplido, si el proyecto ha llegado a buen término. Podríamos decir que el paradigma de proyecto cerrado es la construcción de una máquina o artefacto tecnológico. Una parte esencial de cualquier proyecto de ingeniería consiste en poder realizar el control de calidad, es decir, verificar que el artefacto responde a lo que se esperaba de él, que satisface los objetivos que fueron definidos al comienzo del proyecto. Cuando el proyecto está terminado, ahí queda, con la tarea de mantenerlo en su sitio, que no se deteriore: la carretera se mantiene con el firme en buenas condiciones, la central eléctrica sigue produciendo energía, la mesa no cojea.

Pero hay otro tipo de proyectos que no tienen una finalidad perfectamente definida y cerrada a priori. Esto es, no obstante, hasta cierto punto paradójico, pues si no puedo comprobar si se han alcanzado los objetivos del proyecto, ¿en qué sentido puedo decir que hay “proyecto”? ¿Hacia dónde voy, si no tengo forma de comprobar que ya he llegado?

Creo que vale la pena examinar con más detenimiento esta dificultad, porque los “proyectos” más importantes que nos traemos entre manos son precisamente de esta índole, abiertos. Para ver más claramente la diferencia, pensemos en un proyecto educativo de instrucción en determinadas habilidades: como los objetivos del proyecto están claros, es posible evaluar formalmente si los alumnos los han alcanzado o no, si ya son “competentes”: han aprendido a conducir un vehículo, a resolver determinada categoría de problemas matemáticos, a realizar este ejercicio gimnástico. En cambio, en un proyecto educativo integral –que nunca es mera instrucción– no es posible afirmar que se ha alcanzado la meta, siempre estamos abiertos a un crecimiento ulterior.

La meta de los proyectos personales y sociales

Algo completamente análogo ocurre con un proyecto de desarrollo personal, de familia, o de comunidad: sus objetivos no son alcanzables en esta vida, en el tiempo de la historia. Y esto nos puede ayudar a comprender que el ideal de una sociedad perfecta tampoco será alcanzable dentro de la historia. Pero, entonces, ¿acaso no es frustrante proponer una meta que se sabe nunca se alcanzará? ¿Para qué esforzarse?

Mirémoslo de otra manera. Si consideramos la sociedad misma, el conjunto de estructuras sociales, como un artefacto proyectado, diseñado y construido por nosotros, con objetivos verificables, como si fuera una máquina (ingeniería social), ¿qué ocurrirá cuando hayamos alcanzado esos objetivos? Parece claro: del mismo modo que ocurre con los artefactos mecánicos, habrá que mantener un estricto control de calidad para que la sociedad permanezca dentro de los límites de lo proyectado (como ocurre en la película The Village – El Bosque). Será el fin de la historia, la congelación del tiempo, la eliminación de toda creatividad humana, la muerte del espíritu. Lo hemos visto en tantas obras ya clásicas de ficción que muestran la distopía (término inventado precisamente como antónimo de utopía): Un mundo feliz, de Aldous Huxley; 1984, de George Orwell; Farenheit 451, de Ray Bradbury. Como dice una autora muy querida [3]:

La diferencia entre la utopía y la distopía es la realidad y la libertad. Las utopías se vuelven distopías cuando se topan con la realidad y la libertad. Entonces las utopías se transforman en ideologías totalitarias para no salirse de su proyecto utópico fijista. Las utopías son como fotos, cristalizaciones de un momento que reclaman eternidad; pero la eternidad de esas utopías supone no moverse de la foto, y por tanto totalitarismo.

En otras palabras: la pretensión de alcanzar la utopía social dentro de la historia no puede evitar la trampa de la supresión totalitaria de la libertad. Alcanzar la utopía es caer en la distopía. La inalcanzabilidad de la meta, por tanto, no es algo negativo, sino algo positivo, porque deja abierta la puerta a la mejora continua, como fruto de la libre iniciativa humana, hacia una meta que siempre es “meta–”, “más allá”.

Así pues, la utopía es indeseable: o bien por inalcanzable y frustrante, o bien por alcanzable y totalitaria. Pero, en tanto que inspiradora, la utopía sí que es deseable. Es decir, aunque la meta sea inalcanzable, la utopía marca la dirección en la que caminar: si no tenemos utopía, no sabemos hacia dónde ir. Podemos mejorar, crecer, podemos acercarnos a la meta, aunque nunca será completamente “nuestra”: la plenitud a la que estamos llamados permanece siempre abierta, como el horizonte hacia el que siempre caminamos sin alcanzarlo nunca. La mejora es real, aunque nunca completa y perfecta, por eso seguimos caminando. La sociedad perfecta no es realizable en este mundo, dentro de la historia. Está fuera del tiempo, en un no-lugar.

Referencias

[1] Robert Spaemann, Crítica de las utopías políticas. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1979.

[2] Wikipedia. Utopía (Tomás Moro) (https://es.wikipedia.org/wiki/Utopía_(Tomás_Moro). El título completo de la obra, originalmente escrito en latín, es: Librillo verdaderamente dorado, no menos beneficioso que entretenido, sobre el mejor estado de una república y sobre la nueva isla de Utopía.

[3] M.R. González Martín, Narración, resignificación y sentido: cuna y horizonte de la formación del carácter. IX Congreso Internacional de Filosofía de la Educación, CIFE 2019, Universidad de Sevilla, 11-13 de septiembre de 2019.

Créditos de las imágenes

https://en.wikipedia.org/wiki/Utopia_(book)
https://pixabay.com/photos/utopia-the-earth-dream-sign-978908/
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8 comentarios en “La utopía (in)deseable

  1. Felicidades Gonzalo, artículo sumamente esclarecedor, ameno y brillante.

    Quiero hacer una observación sobre el término «proyecto», que encaja muy bien en lo que denominas «proyectos que tienen fín, con objetivos concretos», pero que quizá confunde al ser usado para referirse a las utopías, a los objetivos no cuantificables o incluso a cómo conseguirlos: procesos (este término lo considero más adecuado).

    En este segundo aspecto, el camino, el viaje, la mejora, el cómo, es el fin, no el destino al que efectivamente es mejor no llegar nunca. «Ten siempre a Itaca en tu mente. LLegar allí es tu destino. Más no apresures nunca el viaje» [del Poema a Itaca de kavafis]

    En el mundo más prosaico de la ingeniería (de sistemas, de tecnologías, etc.) es un problema común con resultados nada buenos, no diferenciar bien el mundo de los proyectos (cambios empresariales, tecnológicos, organizacionesles, con objetivos concretos y verificables como tú comentas, limitados en el tiempo, esto es también muy importante) del mundo de las operaciones (cadenas de producción, operacion de los productos resultado de los proyectos.. ejecutaándose hasta el infinito y más allá.) porque, metodológicamente requieren aproximaciones, actividades y talentos de las personas muy distintos.

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    • Muchas gracias, Jesús, por tus amables palabras.

      Es muy interesante que sugieras usar «proceso» en lugar de «proyecto», por mucho que sea común hablar de «proyecto educativo», «proyecto personal», etc.

      Incluso etimológicamente, «proceso» tiene que ver con caminar (en lo cual estoy implicado yo mismo), mientras que «proyecto» tiene que ver con algo que pongo o arrojo fuera de mí. Así que muy pertinente señalar que el objetivo de un proceso es interno, mientras que el de un proyecto es externo.

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  2. En el capítulo 8 de mi libro «El quinto nivel de la evolución» hago un análisis de las utopías y distopías muy parecido al de este artículo. Perdón por la autocita 🙂

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  3. Buenas

    El profesor Génova escribe al final de su artículo la siguiente reflexión: “La sociedad perfecta no es realizable en este mundo, dentro de la historia. Está fuera del tiempo, en un no-lugar”.

    En la entrada que Wikipedia dedica a la obra de Tomás Moro se admite un doble significado para el término utopía que depende del prefijo que se maneje. Si se traduce ou por no escribimos no-lugar. Si se traduce eu por bueno escribimos buen lugar o agradable lugar. Sea como fuere, utopía es un nombre que designa un lugar diferente al habitual o un ideal diferente o contradictorio con los parámetros culturales vigentes (políticos, económicos, artísticos, religiosos).

    En mi opinión, la Utopía de Moro no se halla fuera de la historia, el tiempo y el espacio, por el contrario tiene una ubicación geográfica específica, se trata de una isla situada en América del sur más allá de la línea equinoccial.

    La primera edición de La Utopía es de 1516, en ese entonces no se había establecido de modo fehaciente la esfericidad de la Tierra, aunque varios marinos y geógrafos así lo pensaban. Fue con la expedición de Magallanes de 1520 a esas latitudes que se comprobó que el planeta es redondo. Esto hace pensar a algunos estudiosos que Moro prefirió describir Utopía como una isla para evitar errores geográficos que confundiesen el continente con islas y archipiélagos.

    Entiendo que lo que pretende Moro con su obra va en sentido contrario a la utopía y la ucronía. La isla descrita por el londinense está habitada por gente de carne y hueso semejante a los europeos cuya vida se despliega en el tiempo actual (cronos) y en el espacio actual (topos).

    Todos los ciudadanos aprenden el arte de la agricultura y pueden elegir más oficios, según sus aficiones, aptitudes y las necesidades de la ciudad. La jornada laboral es de seis horas, suficientes para proveer a la comunidad de las cosas necesarias para la vida y para la comodidad. Todos los ciudadanos aptos, hombres y mujeres, trabajan. De las horas restantes del día, dedican ocho al sueño y las horas libres como deseen, pero son estimulados a realizar actividades que desarrollan la creatividad y la inteligencia, como lectura, música, conversación, juegos matemáticos, etc.

    Lo que me parece relevante de la crítica que Moro desliza en su obra es que se efectúa en el marco 3+1 dimensional, es decir, no remite a un lugar situado fuera del espacio y el tiempo habituales. Una vez conseguida la sociedad perfecta o feliz no es necesario convulsionarla con revoluciones, guerras y conflictos. La sociedad utópica se asienta en una matriz pacífica donde los conflictos que en ella surgen se resuelven de modo armonioso. Solo se usa la fuerza punitiva cuando las tensiones exceden el marco pacífico de la convivencia.

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    • Trenchtown,

      >> La primera edición de La Utopía es de 1516, en ese entonces no se había establecido de modo fehaciente la esfericidad de la Tierra, aunque varios marinos y geógrafos así lo pensaban. Fue con la expedición de Magallanes de 1520 a esas latitudes que se comprobó que el planeta es redondo. Esto hace pensar a algunos estudiosos que Moro prefirió describir Utopía como una isla para evitar errores geográficos que confundiesen el continente con islas y archipiélagos.

      La esfericidad de la Tierra era ya bien conocida por la astronomía griega desde casi 2000 años antes, y de modo indiscutible desde que Eratóstenes calculó su radio hacia 240 a.C. No era una mera opinión de algunos marinos y geógrafos. Moro, hombre culto como el que más, lo sabía perfectamente. La expedición de Magallanes no fue ninguna prueba necesaria.

      >> Todos los ciudadanos aprenden el arte de la agricultura y pueden elegir más oficios, según sus aficiones, aptitudes y las necesidades de la ciudad. La jornada laboral es de seis horas, suficientes para proveer a la comunidad de las cosas necesarias para la vida y para la comodidad. Todos los ciudadanos aptos, hombres y mujeres, trabajan. De las horas restantes del día, dedican ocho al sueño y las horas libres como deseen, pero son estimulados a realizar actividades que desarrollan la creatividad y la inteligencia, como lectura, música, conversación, juegos matemáticos, etc.

      Ciertamente, una maravillosa sociedad ideal de la que podríamos aprender mucho.

      >> Una vez conseguida la sociedad perfecta o feliz no es necesario convulsionarla con revoluciones, guerras y conflictos. La sociedad utópica se asienta en una matriz pacífica donde los conflictos que en ella surgen se resuelven de modo armonioso. Solo se usa la fuerza punitiva cuando las tensiones exceden el marco pacífico de la convivencia.

      El problema es exactamente el que he descrito. Esta sociedad es tan perfecta que no se puede tolerar ningún cambio sustancial en ella. Es el fin de la creatividad y de la libertad, porque ya alguien ha pensado cómo tienen que funcionar todas las cosas. Es una sociedad totalitaria, distópica. El que se mueve no sale en la foto.

      La única forma de salvar la utopía como referente válido es situarla (por así decir) fuera del tiempo y del espacio.

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