Intelectualismo moral

¿Para qué sirve un curso de ética en la universidad?


Escultura moderna de Sócrates, por Leonidas Drosis

Copio de Wikipedia:

El intelectualismo moral o el intelectualismo ético es una visión de la metaética que puntualiza que el comportamiento humano depende únicamente del conocimiento del bien y del mal: si un ser humano sabe lo que es correcto no puede hacer el mal y si lo hace es porque su conocimiento de lo que es bueno es incompleto. La formulación de esta premisa se le atribuye a Sócrates, quien fue el primero en afirmar que la excelencia (areté, en griego αρετη) es una virtud idéntica al conocimiento científico (episteme), en griego επιστημη).

¡Oh, gran Sócrates! ¡Discrepo!


El conocimiento teórico del razonamiento moral no nos hace buenas personas, y por lo tanto la falta de una asignatura de ética en las carreras universitarias no basta para explicar la corrupción moral que observamos en la sociedad. La educación ética es sólo en parte teórica; lo más importante es la parte práctica, enseñar a reconocer y apreciar el valor de la dignidad humana, hasta el punto de que el deseo de bien se convierta en motor de la vida, también de la vida profesional. Esto no se puede aprender en un curso; esto se aprende (o no) de la familia, de los amigos, y también, por qué no, de los profesores, aunque para esto da igual que sean profesores de matemáticas, de programación o de ética.

No obstante, pienso que la enseñanza teórica de la ética (o sea, en un curso académico universitario) sí puede cumplir dos interesantes objetivos. En primer lugar, y como ya he dicho varias veces, el peor enemigo de la ética es el escepticismo, una especie de “neutralismo” que considero muy dañino para la sociedad: pensar que la verdad ética no existe, que es imposible conocer racionalmente el comportamiento debido, que todo es cuestión de opinión y preferencia, y por tanto la enseñanza debe ser “neutral”, no debe tomar partido. Me parece muy grave que personas honestas que buscan el bien se queden sin argumentos racionales en una discusión ética; esto significa que, en el fondo, piensan que sus convicciones éticas son irracionales, y en último término esto les hará dudar de si verdaderamente vale la pena el esfuerzo por llevar una vida ética. ¿Para qué complicarse la vida si al final da igual comportarse de una manera o de otra? Escojamos el camino más fácil…

Así pues, la enseñanza teórica de la ética, con el rechazo del escepticismo ético, puede servir para fortalecer intelectualmente las convicciones morales de las personas honestas. Pero, además, el mismo hecho de que se enseñe ética en la universidad puede ayudar a romper determinados tabús. A menudo la ética se considera un asunto tan-tan-tan personal e íntimo que es hasta de mal gusto discutir cuestiones éticas, es un tabú. “Al fin y al cabo, todos sabemos que la última palabra la tiene la conciencia individual, así que para qué discutir, no vamos a llegar a ninguna parte…” Hemos chocado con el muro del Yo, ante el que debe pararse cualquier discusión racional. Este Yo intocable es un tabú: es inconcebible pensar que pueda equivocarse, tiene siempre la última palabra y no hay argumento racional que pueda hacerle cambiar su posición.


El muro del Yo. ¿Podrá atravesarlo la razón?

Si la universidad “se pringa” y reconoce la importancia de la enseñanza de la ética, en lugar de conformarse con transmitir sólo conocimientos puramente instrumentales; si la universidad se autodeclara “territorio no neutral”, entonces, sin necesidad de convertirse en proveedora de “soluciones éticas cerradas” (¡nadie tiene la última palabra!), la universidad será un lugar que rompa el tabú y estimule la reflexión ética personal y colectiva.

8 comentarios en “Intelectualismo moral

  1. Justamente estoy preparando un artículo para mi blog que va en esta línea (saldría en diciembre), pero referido a un caso concreto. Espero que se complemente con este, con el que no puedo estar más de acuerdo.

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  2. Buenas

    Desconozco si fue Sócrates el que afirmó que la excelencia es virtud idéntica al conocimiento científico. Platón utilizaba a Sócrates como personaje interpuesto para exponer sus tesis.

    Platón anunció en La República su teoría del conocimiento. Hay un punto innatista en la propuesta platónica. Según Wikipedia, la episteme para Platón representa la forma más cierta de conocimiento, la que asegura un saber verdadero y universal. Esto puede ser obtenido de dos modos: a través del razonamiento (dianoia) o través de la intuición (noesis). Aunque Platón consideraba la intuición o noesis superior al razonamiento. Se trata de un saber interiorizado que no es transmisible a las palabras.

    Esto se puede interpretar en el sentido de que los humanos venimos al mundo con ideas innatas, entre ellas el conocimiento del bien y el mal.

    El trauma de las niñas y niños masacrados en Ucrania, Israel y Palestina es doblemente cruel. Estas criaturas por razones de edad aún no desarrollaron su dianoia (razonamiento), viven en un mundo de afectos e instintos que depende de las ideas innatas a las que me refiero arriba. Mientras que los adultos hemos desarrollado una coraza afectiva por el peso de los años, experiencias y fracasos, los niños y niñas traumados por la guerra pierden la referencia racional que se pretende ética y también pierden su sensibilidad innata por los actos crueles de los adultos.

    O paramos esta masacre o las consecuencias de nuestra actitud inmoral caerán sobre nosotros como un meteorito destructivo.

    Saludos

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    • Trenchtown, gracias por tu comentario.

      Respecto a si el conocimiento del bien y del mal es innato, más bien me inclino a pensar que no, pero esto requiere muchos matices. Pienso que no hay ideas innatas en tanto que ideas intelectuales, puramente abstractas, como tampoco creo que haya ideas innatas sobre la geometría o sobre la sintaxis.

      No obstante, sí pienso que en nuestra naturaleza hay una disposición, una posibilidad, para el lenguaje y para las matemáticas; análogamente, hay una disposición en nuestra naturaleza hacia la sensibilidad moral, y como mamíferos que somos tenemos afectos animales que pueden desarrollarse en formas de moralidad muy elaboradas. En definitiva: los humanos lo tenemos que aprender casi todo, incluida la moral; pero ese aprendizaje se da sobre una base preexistente.

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  3. Hola gonzalo, muy interesante!
    Concuerdo con todo, o casi todo, echo en falta un elemento contextual que parece darse por natural: ese muro del yo es efecto de una mentalidad liberal. Para bien o para mal, en cualquier otro sistema político sí se habla públicamente de ética (sistemas teocráticos, colectivistas, conservadores, fascistas…). Sólo el liberalismo ha construido ese muro, para defender su antropología: cada cual actúa racionalmente (instrumentalmente añadiría horkheimer) para obtener su máximo beneficio. La ética es simplemente irrelevante, como lo es la libertad de expresión de una persona en una isla desierta.
    La pregunta obvia es: qué sistemas políticos podrían abrirse a hablar de lo ético como una parte importante de su legitimación, permitiendo reflexiones autónomas y no recetas heterónomas dadas por un libro más o menos antiguo o un gurú?
    Cómo sería una sociedad coherentemente kantiana, por ejemplo?
    Un saludo!

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    • Pablo, gracias también. Coincido contigo en que el liberalismo es en buena parte responsable del Muro del Yo. Respecto a qué sistemas políticos podrían abrirse al discurso ético, de entrada quedan descartados todos los sistemas totalitarios (ateos, teocráticos, o de cualquier clase), puesto que el comportamiento «correcto» impuesto heterónomamente no es verdaderamente ético.

      La coherencia kantiana tampoco me parece solución, ya que -desde mi punto de vista- la vida ética requiere una disposición a dejarse «conquistar» por bienes o valores reconocidos fuera de uno mismo. No sé cómo se puede conjugar esto con el rechazo radical kantiano de todo tipo de heteronomía. Es una heteronomía, sin duda, de un tipo muy diferente a la anterior (obediencia a la ley del poderoso), porque en este caso es una obediencia voluntaria, libre, a lo bueno conocido en tanto que bueno.

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      • A ver, creo que hay una tercera vía, que habermas llamó sociedades deliberativas: una asamblea en la que no se negocia, sino que nos convencemos mutuamente, escuchando las propuestas diferentes, hasta terminar verdadera e internamente convencidxs de que lo que deicidiremos en común es lo que yo veo mejor para ese común. El consenso en su sentido más profundo y radical, y no sólo como acuerdo de mínimos.
        Creo que en ese punto en el que la autonomía sigue reclamando su derecho a la rebelión, pero se deja convencer honestamente ante argumentos inicialmente ajenos, se concilian esos dos mundos aparentemente excluyentes. En otras palabras, en lo que históricamente se ha llamado anarquismo colectivista.
        Alguna otra propuesta política que pueda maridar esas dos opciones?
        Un saludo.

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      • Hola Pablo, por supuesto que el consenso en ese sentido que explicas es algo muy valioso, búsqueda colaborativa de la verdad. Debo estar abierto a ser convencido por los mejores argumentos que me pueda dar otro, argumentos inicialmente ajenos, que acaban finalmente por ser completamente míos, porque los he interiorizado.

        Ahora bien, mi pregunta es, ¿por qué me habría de convencer su argumento?, ¿qué me puede ofrecer el otro -aparte de una amenaza o una conveniencia- que me haga cambiar de opinión? Tendrá que ser algún tipo de verdad referida a algo que está fuera de mí, y que he logrado ver y reconocer con ayuda del otro o de la otra.

        Aquí me parece que la dicotomía entre heteronomía y autonomía no ayuda a entender la cuestión. Porque esa realidad valiosa que reconozco como tal inicialmente está fuera de mí (heteronomía), pero en la medida en que la interiorizo ya no es completamente exterior, sino que me mueve a actuar desde dentro de mí mismo (autonomía).

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