Ética y teoría computacional de la mente

Esta entrada fue publicada originalmente en Naukas.


Empecemos diciendo que, tal como explica Mark Coeckelbergh [1], un buen número de filósofos, a menudo seguidores de la tradición analítica de la filosofía, tienen una visión del ser humano que respalda a los investigadores de la inteligencia artificial que piensan que el cerebro y la mente son y funcionan realmente como sus equivalentes computacionales: esto es lo que se denomina teoría computacional de la mente. Y aunque en la década de los 80 las ciencias cognitivas empezaran a tomarse más en serio la importancia de la neurobiología, el paradigma computacionalista ha permanecido intacto hasta hoy día [2, 3].

Materialismo eliminativo

Coeckelbergh cita como ejemplos a Paul Churchland y Daniel Dennett. Churchland piensa que la ciencia, y en particular la biología evolutiva, la neurociencia y la inteligencia artificial, puede explicar completamente la consciencia humana [4]. Lo que él llama materialismo eliminativo niega la existencia real de pensamientos y experiencias inmateriales, que no son más que estados mentales; la conciencia es un epifenómeno de la función cerebral, y el mismo concepto de conciencia terminará siendo “eliminado” cuando la neurociencia progrese lo suficiente. Por su parte, Dennett niega también la existencia de cualquier cosa más allá de lo que ocurre dentro del cuerpo: cree que nosotros mismos “somos algo así como un robot” [5].


Patricia Churchland

En el mismo sentido se expresa también Patricia Churchland, esposa de Paul Churchland, en respuesta a una de las 20 grandes preguntas acerca del futuro de la humanidad. A la pregunta de si la neurociencia cambiará el código penal, ella responde [6]:

Con toda probabilidad el cerebro es una máquina causal, en el sentido de que va de estado en estado en función de sus condiciones antecedentes.

In all likelihood, the brain is a causal machine, in the sense that it goes from state to state as a function of antecedent conditions.

Esta seguridad en afirmar que con toda probabilidad el cerebro es una máquina causal es ciertamente un atrevimiento, puesto que es una afirmación que no se puede demostrar. En realidad, lo único que refleja esta afirmación es su propio presupuesto materialista y mecanicista: lo único que existe en el universo, lo único que podemos conocer, son los fenómenos causales, es decir, los que tienen un antecedente y un consecuente, y estos fenómenos de alguna manera están relacionados mediante leyes físico-mecánicas. Por lo tanto, el cerebro es una máquina causal porque no puede ser otra cosa.

(Por cierto, que esta teoría es la consagración del argumento ad hominem, ya que cualquier cosa que uno diga –incluyendo la propia teoría computacional de la mente– se explica por la historia cognitiva pasada de cada uno: “esto lo dices tú porque eres un tal y un cual, porque has tenido tales experiencias, porque te adscribes a esta o a esa otra corriente”. Apelar a argumentos lógicos para demostrar o refutar una teoría cualquiera no pasará de ser una lamentable ficción.)

¿Sin consecuencias para el código penal?

No obstante, según ella esto no debe tener ninguna consecuencia para el código penal (the implications of this for criminal law are absolutely nil). La tesis que Patricia Churchland defiende en El cerebro moral: lo que la neurociencia nos cuenta sobre la moralidad es que el autocontrol puede ser logrado en los animales, y particularmente en los mamíferos, a través de la recompensa y el castigo [7]. Por lo tanto, el supuesto hecho de que el cerebro sea una máquina causal no sirve de excusa para justificar la inevitabilidad de las conductas criminales.

Ahora bien, lo que Churchland no explica en su respuesta es por qué, ni cómo, una máquina causal –y una sociedad compuesta por máquinas causales– podría y, sobre todo, debería evitar los actos criminales. Es decir, si todos nosotros –incluidos jueces y legisladores– somos máquinas causales, con estados futuros determinados por estados pasados, ¿no está también determinada la decisión de modificar, o no, el código penal? ¿Qué sentido tiene entonces argumentar a favor o en contra? (Esto no es ni más ni menos que la falacia del neuro-abogado sobre la que ya escribí anteriormente.)

El materialismo eliminativo y la teoría computacional de la mente pretenden la reducción de la ética a funciones cerebrales adquiridas evolutivamente, gracias a la huella que la recompensa y el castigo dejan en el cerebro. Esto, por cierto, es lo característico de una de las técnicas de inteligencia artificial denominada aprendizaje por refuerzo: acumular los premios, acumular los castigos, y a partir de ahí “decidir” algorítmicamente la conducta futura del sistema.

Pero todo esto no es sino la negación de la ética, porque lo único que queda en esta teoría para gobernar el comportamiento humano es la presión psicológica por actuar de un modo determinado, por adaptarse a las costumbres sociales: las mores (palabra latina de la que deriva “moral”). Un comportamiento socialmente inaceptable, tal como el uso de un lenguaje grosero, provocará rechazo social, y esto dejará su huella en el cerebro, en un proceso de “aprendizaje” (más bien habría que decir “condicionamiento”) puramente mecánico. En otro contexto social diferente no será penalizado el lenguaje grosero, por ejemplo, sino el excesivamente refinado. Es decir, en realidad lo único que cuenta para actuar de una manera u otra es el rechazo o aceptación social. Se ha perdido por completo la verdadera perspectiva ética, que es procurar el bien en cuanto bien: no porque se reciba un premio o un castigo.

Causas y razones

Ciertamente, el comportamiento humano puede entenderse desde la perspectiva mecánico-causal, y por tanto como el fruto de una cierta evolución, es decir, como el resultado de unas condiciones iniciales modificadas de alguna manera por la acumulación de premios y castigos. Pero la ética no se limita a estudiar las causas del comportamiento y el autocontrol, sino que, más bien, aspira a conocer sus razones. En esta postura que afirma que “con toda probabilidad el cerebro es una máquina causal” no parece haber sitio para las razones, sino solo para las causas. (Aquí es crucial la distinción entre causa como explicación físico-mecánica y razón como justificación lógica [8].) Por tanto, no hay sitio para la ética, para el comportamiento libre racional, razonado. Solo hay sitio para el estudio causal, empírico, del comportamiento humano: es decir, solo hay sitio para la sociología (o, como me gusta decir, la costumbrología).

Esta autolimitación de la razón a lo que se puede conocer empíricamente no solo es nociva para la ética. Es también profundamente destructiva de toda forma de comprensión de la tecnología. Porque un artefacto cualquiera, digamos una ratonera, una caldera de gas o una calculadora electrónica, no se puede comprender solo desde un punto de vista empírico [9]. Por supuesto que es necesario explicar el funcionamiento de la ratonera desde la perspectiva causal: “cuando llega el roedor, muerde el cebo, y eso suelta el muelle, que…”. Pero de una ratonera, si solo la explico de modo causal, lo entiendo todo, menos que es una ratonera. Porque no he explicado su razón de ser, su finalidad.


Es imposible comprender un artefacto sin entender su finalidad

De modo que ruego al lector me disculpe si no muestro gran aprecio por los que sostienen el materialismo eliminativo y la teoría computacional de la mente. No solo dejan la ética fuera del mapa (aunque pretendan “explicarla”). Es que me dejan sin trabajo como ingeniero.


Paco Mariscal escribió una valiente recensión de El cerebro moral en su blog El barril de Newton. La descubrí hace unos años y se puede decir que mi comentario de entonces en su blog es el germen de este artículo que publico ahora.

Referencias

[1] Coeckelbergh, M. (2021). Ética de la inteligencia artificial, Madrid: Cátedra. (AI Ethics. Cambridge, Massachusetts: MIT Press, 2020.)

[2] Arana, J. (2015). La conciencia inexplicada. Madrid: Biblioteca Nueva.

[3] Barret, N., Güell F., Murillo, J.I. (2015). “Los límites de la comprensión computacional del cerebro”. Cuenta y Razón, 34:71-76.

[4] Churchland, P.S., Koch, C., Sejowski, T.J. (1990). “What Is Computational Neuroscience?” In E.L. Schwartz (ed.), Computational Neuroscience, pp. 46-55. Cambridge, MA: MIT Press.

[5] Dennett, D.C. (1997). “Consciousness in Human and Robot Minds”. En M. Ito et al. (eds.), Cognition, Computation and Consciousness, New York: Oxford University Press, 1997, pp. 17-29.

[6] Churchland, P. (2016). “20 Big Questions about the Future of Humanity”. Scientific American 315(3):85-86 (doi:10.1038/scientificamerican0916-28). https://www.scientificamerican.com/article/20-big-questions-about-the-future-of-humanity/

[7] Churchland, P. (2012). El cerebro moral. Lo que la neurociencia nos cuenta sobre la moralidad. Barcelona: Paidós. (Braintrust: What neuroscience tells us about morality. Princeton: Princeton University Press, 2011.)

[8] García Norro, J.J. (2012). “¿Es natural la inteligencia?” En M. Oriol (ed.), Inteligencia y filosofía. Madrid: Marova, pp. 151-169.

[9] Génova, G., Quintanilla Navarro, I. (2018b). “Discovering the principle of finality in computational machines”. Foundations of Science 23(4):779–794.

10 comentarios en “Ética y teoría computacional de la mente

  1. En el artículo dices: «Aquí es crucial la distinción entre causa como explicación físico-mecánica y razón como justificación lógica»

    Este es justamente el argumento de C.S. Lewis (en el capítulo 3 de su libro «Miracles») para refutar el materialismo. Este argumento influyó después a Alvin Plantinga y a Victor Reppert.

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  2. Exactamente. García Norro cita explícitamente a Lewis en el artículo que he citado:

    Un par de ejemplos tomados en préstamo de C. S. Lewis, al que básicamente glosaremos a partir de aquí: «El abuelo está enfermo porque ayer comió langosta» y «el abuelo debe de estar enfermo porque no se ha levantado todavía». O un ejemplo, más sencillo si cabe: «gritó porque le hirieron» y «está herido porque ha gritado».

    En ambos casos, la primera proposición establece una relación de causa y efecto. La ingestión de langosta ha producido la indigestión, la herida ha desencadenado el grito. En la segunda proposición de cada caso, enunciamos una prueba de nuestra afirmación, una justificación de nuestra creencia: sé que está enfermo porque, en contra de su costumbre, no ha madrugado. Permanecer en la cama no causa su enfermedad, pero me permite aventurarla. Su grito no le dañó, aunque me sirvió para conocer que ha caído herido.

    Algo semejante ya habíamos comentado hace tiempo en ¿Inteligencia sin libertad?

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  3. Buenas

    Génova, el argumento que expones en el siguiente párrafo no acabo de entenderlo:

    “Esta seguridad en afirmar que con toda probabilidad el cerebro es una máquina causal es ciertamente un atrevimiento, puesto que es una afirmación que no se puede demostrar. En realidad, lo único que refleja esta afirmación es su propio presupuesto materialista y mecanicista: lo único que existe en el universo, lo único que podemos conocer, son los fenómenos causales, es decir, los que tienen un antecedente y un consecuente, y estos fenómenos de alguna manera están relacionados mediante leyes físico-mecánicas. Por lo tanto, el cerebro es una máquina causal porque no puede ser otra cosa”.

    ¿Puedes poner un ejemplo que explique que el cerebro funcione de un modo no causal? Gracias.

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    • Trenchtown, lo explico al final del artículo con el ejemplo de la ratonera, que ya he utilizado varias veces en este blog.

      >> ¿Puedes poner un ejemplo que explique que el cerebro funcione de un modo no causal?

      En realidad no defiendo que el cerebro no funcione de modo causal, sino que la causalidad físico-mecánica es insuficiente para explicar en toda su amplitud qué es un cerebro.

      Al final todo depende de lo que entiendas por causa. Si lo entiendes al modo de Churchland, que no es sino una versión más del empirismo (causa como relación entre fenómenos), entonces es falso que el cerebro se pueda explicar exclusivamente como sucesión de fenómenos (es decir, sucesión gobernada por estados antecedentes).

      ¿Por qué digo que es falso? Porque ni siquiera una calculadora electrónica se puede explicar de esa manera. Naturalmente que una calculadora funciona conforme a las leyes del electromagnetismo, pero no solo eso. La calculadora también funciona de determinada forma porque tiene que funcionar así, y si no funciona así, entonces funciona mal. La diferencia entre funcionar bien y funcionar mal no se puede explicar solo por las leyes del electromagnetismo. Esto es justamente la diferencia entre Causa y Razón. Razón, que también se podría denominar causa o explicación final. Las Causas son agnósticas respecto a lo correcto y lo incorrecto, eso es competencia de las Razones.

      El cerebro también funciona conforme a las leyes del electromagnetismo (y todas las demás leyes de la materia, faltaría más). Pero, a diferencia de la calculadora, que ha sido diseñada y por tanto tiene un objetivo impuesto sobre su estructura material, el cerebro no ha sido diseñado, no es un artefacto.

      Entonces tenemos dos alternativas para el cerebro (en realidad, para el ser humano completo): no tiene ningún objetivo, o tiene un objetivo autoimpuesto (uno o varios). Si no tiene ningún objetivo, ninguna razón para obrar de una manera u otra, sino que solo obra por causas físico-mecánicas, entonces no hay ética que valga. Y si admitimos que puede tener objetivos autoimpuestos, entonces de la racionalidad de estos objetivos es justamente de lo que se ocupa la ética.

      En otras palabras: la demostración de que Churchland está equivocada es la misma existencia de comportamiento ético humano, que no puede explicarse de modo exclusivamente físico-mecánico. Churchland es contradictoria al intentar explicar la ética de modo físico-mecánico. Si de verdad te crees que todo lo que hay son causas físico-mecánicas, entonces no escribas un libro sobre ética.

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      • Estoy de acuerdo, pero cabe matizar. No todos los cerebros del mundo son humanos, así que no todos los objetivos autoimpuestos son racionales. Y a veces, tampoco los humanos. La conducta humana ejerce un tipo de causación descendente gobernada por sus razones. La conducta de otros animales no está gobernada por razones, sino por motivos conscientes no racionales, pero también ejercen causación descendente. Miedos y deseos, o la planificación de conducta no verbal, también son causas psicológicas, no físico-mecánicas. Claro está, la ética solo tiene sentido para la conducta humana.

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      • Una observación muy pertinente, Masgüel. Esa idea de «causación descendente» incide nuevamente en la imposibilidad de explicarlo todo mediante el reduccionismo físico-mecánico, no solo lo racional, sino ni siquiera lo psicológico, lo vivo.

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  4. El materialismo reduccionista establece su epistemología en la objeción al dualismo sustancial, el escaneo del cerebro y el desarrollo de la neurociencia y la inteligencia artificial. El yo autorreflexivo de los racionalistas se fractaliza en una pluralidad de estados mentales y cerebrales donde la correlación entre estados es más importante que la causalidad. En lo que se refiere al estudio del sistema nervioso y el cerebro humanos ya no cabe hablar solamente de reduccionismo físico-mecánico, hay que referirse también al reduccionismo químico-mecánico o al reduccionismo electroquímico. Incluso algunos autores hablan de un nuevo paradigma, el virtual, que se caracteriza por la desmaterialización del cuerpo y la mente humanas.

    Una vez desmontado el yo autorreflexivo de los racionalistas la nueva episteme y ontología materialista tiene el foco o sustrato biológico en el cerebro. Con el estudio del cerebro se pretende llegar a una definición de la conciencia, de la que se dice que es emergente. Este estudio incide en el funcionamiento electroquímico del entramado neuronal. Se investiga la acción nerviosa de los neurotransmisores (dopamina, serotonina, etc), y el potencial eléctrico de la neurona en el que intervienen iones minerales con cargas positiva y negativa. En el funcionamiento neuronal las hormonas también cumplen una función importante (adrenalina, cortisol, etc).

    La causalidad en esta corriente materialista tiene dos significados. El clásico, esto es, una causa A que provoca el efecto B, y otro significado específico que procede de la teoría de la identidad. Según esta teoría reductiva los estados mentales son correlativos a estados cerebrales químicos, hormonales, iónicos. Esto permite explicar la conducta humana con parámetros electroquímicos. El problema con esta teoría es que llevada al extremo describe el cuerpo humano como un autómata que responde a estímulos moleculares y electromagnéticos. En este sentido, el yo autorreflexivo racionalista pierde relevancia superado por la pluralidad de estados mentales/cerebrales de sustrato químico y electromagnético.

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    • Disculpa el retraso en contestarte, ha sido una semana intensa.

      >> En lo que se refiere al estudio del sistema nervioso y el cerebro humanos ya no cabe hablar solamente de reduccionismo físico-mecánico, hay que referirse también al reduccionismo químico-mecánico o al reduccionismo electroquímico.

      Sí, estamos de acuerdo. Lo mío es una forma sintética de referirme a todo lo que tú dices. O sea, reduccionismo de toda causalidad a algún tipo de causalidad material. Lo cual conlleva el intento de explicar lo vivo por lo no vivo, lo animado por lo inerte. Como bien dices:

      >> El problema con esta teoría es que llevada al extremo describe el cuerpo humano como un autómata que responde a estímulos moleculares y electromagnéticos.

      No niego que los estados mentales sean correlativos a estados cerebrales químicos, hormonales, iónicos, como tampoco niego que las operaciones matemáticas en un papel sean correlativas a los trazos de tinta. Lo que niego -y creo que tú también- es que unos y otras se puedan explicar exclusivamente por causas materiales.

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